Rafael Barrett

Rafael Barrett (1876 – 1910) nació en Torrelavega; ciudad de la provincia de Santander, en el norte de España. Es considerado uno de los grandes de la literatura paraguaya. Escribió casi toda su obra en Paraguay. En sus cuentos y ensayos se observa su particular sentido filosófico. También se encuentra en sus escritos una defensa del anarquismo.

Con veinte años se trasladó a Madrid para estudiar ingeniería. En la capital de España vivirá como un señorito calavera. Su afición a los duelos le llevará a un sonado altercado en Madrid, en 1902, en el circo de París. En esta ocasión con el duque de Arión, presidente del Tribunal de Honor, que le había inhabilitado para batirse en duelo con el abogado José María Azopardo. El escándalo en el circo París debió ser monumental, y Barret marchó al año siguiente, en 1903, a Argentina. Allí ejerció el periodismo. Después fue a Paraguay, país en el que se estableció definitivamente.

Un escándalo relacionado con un duelo, marcó la vida de Barrett. La tradición de los duelos a primera sangre, o a muerte, venía de lejos. Las faltas al honor se resolvían así, aún a finales del siglo XIX y principios del XX. En 1905 se creó en España la Liga Antiduelista que marcaría el final de los duelos en nuestro país. Tras la Primera Guerra Mundial, los duelos pasaron a ser cosa del pasado.

Rafael Barrett murió de tuberculosis en 1910, en la ciudad francesa de Arcachón.

(Fuente de la información: Wikipedia)

El siguiente artículo se titula «Gallinas». Es una muestra de la escritura de este poco conocido narrador, que es considerado uno de los exponentes de la literatura paraguaya de principios del siglo XX. El periodista Gregorio Morán (Oviedo, 1947) escribió una semblanza biográfica de Barrett que lleva por título: Asombro y búsqueda de Rafael Barrett (Anagrama, 2007).

Gallinas

Por Rafael Barrett

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario…

Rafael Barrett

Obras completas (Tomo I)