En 1907 se publicó en Inglaterra un folleto que llevaba por título: «The Waste of Daylight» (El desperdicio de la luz del día). Su autor, un constructor inglés llamado William Willett (1856 – 1915), sostenía en el las ventajas que se producirían si se añadiese una hora a la hora oficial, en el periodo que va desde la primavera hasta el otoño.
Entre las ventajas de dicho adelanto horario – escribía – se encontraría la del ahorro de energía; además de que la gente tendría más tiempo para disfrutar de la vida.
La idea era sencilla: Si una de las horas de luz de primera hora de la mañana pudiera añadirse al final del día, podrían obtenerse ciertas ventajas; especialmente para aquellos que quisieran tener más tiempo a su disposición al final del día. Con esa hora extra del atardecer, podrían tener luz en exteriores para seguir disfrutando del día una vez terminados los deberes diarios. En teoría – según William Willett – se ahorraría energía, ya que la gente seguiría teniendo luz en el exterior y no necesitaría recurrir a la iluminación artificial. El señor Willet fue el precursor de lo que hoy coloquialmente llamamos «cambio de hora».
La medida se aplicó por primera vez durante la Primera Guerra Mundial. En 1916, Alemania, Gran Bretaña y otras naciones que luchaban en esa guerra, plantearon el adelanto de la hora oficial en una hora. El defensor de aquella original idea no pudo verla aplicada en su país. Murió un año antes de que se pusiera en práctica.
La idea de adelantar la hora no era nueva. El desarrollo del ferrocarril puso de manifiesto la necesidad de normalizar la hora. Antes de la normalización, las ciudades por las que pasaba una determinada linea tenían sus propias horas locales. Hasta principios del siglo XX no se estableció una hora oficial para cada país. Es a partir de ese momento cuando William Willett publica su folleto.
La polémica del Horario de verano
Desde que empezó a implantarse el Horario de verano, hubo detractores y defensores de la medida. Tras más de cien años de aquel en el que se adelantó la hora por primera vez, la polémica continúa. No parece estar claro que su aplicación produzca un ahorro de energía, y tiene efectos negativos. Está documentado que hay una mayor probabilidad de accidentes de tráfico en los primeros días tras el cambio.
Después de cambiar la hora, nuestro reloj biológico se mantiene invariable en la hora que estaba. La sincronización entre ambas horas, la local y la que sentimos, se produce al cabo de varios días. Al principio notamos que nos despertamos una hora antes, y nos acostamos a la misma hora que lo hacíamos. Esto se traduce en que dormimos una hora menos desde el cambio de hora. Pasados unos días, las dos horas – la local y la que percibimos – vuelven a ser la misma.
Teniendo en cuenta que el ahorro de energía por el adelanto de la hora, no está probado, y que crea problemas a la gente, tal vez lo mejor sería volver a los viejos tiempos y no modificar la hora.