Para ejercer el oficio de relojero, suele decirse que se necesita mucha paciencia. Esta suele ser una característica común en los que nos dedicamos a este oficio. Ya se comprende, que la complejidad de las reparaciones, entre otras muchas cosas, requiere tener altas dosis de paciencia.
La paciencia es muy importante también en otro orden de cosas. Como por ejemplo, para escuchar sin inmutarse sandeces sobre materias relojeras. Con los años, uno va acumulando anécdotas para escribir una pequeña antología del disparate.
De vez en cuando se encuentran por esos mundos de Dios, criaturas, que convencidas de que saben tanto como el más docto maestro relojero, muestran cuando hablan lo bien dotadas que están para el disparate. Aclaro que no me refiero a la gente que no sabe – todos somos ignorantes en muchas cosas – sino a las que sin tener ni repajolera idea de lo que hablan, dan lecciones; al modo del maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela. La cosa se torna cómica, cuando con la mejor intención, se intenta decirles que están en un error, y se enrocan en el.
Seguramente, esta habilidad para el disparate se debe a que no se anda muy sobrado de sentido común. Sentido, del que ya nos advirtió Descartes, era la cosa mejor repartida del mundo, porque nadie quiere más del que ya tiene.
[…] «Le bon sens est la chose du monde la mieux partagée; car chacun pense en être si bien pourvu, que ceux même qui sont les plus difficiles à contenter en toute autre chose n’ont point coutume d’en désirer plus qu’ils en ont» […]
(Discours de la méthode, René Descartes, 1637)
[…] «El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues todo el mundo piensa que está tan bien provisto que, incluso los más difíciles de contentar en cualquier otra cosa, no suelen desear más del que tienen». […]
(Discurso del método, René Descartes, 1637)
