El último relojero de Santander de la saga Herrero

Relojería Carlos Herrero
Taller de relojería de Carlos Herrero; (Fuente de la imagen: Diario Montañés)

El pasado mes de diciembre de 2024, cerró sus puertas la relojería de Carlos Herrero. Una joyería y relojería muy conocida en la capital santanderina. Su cierre se añade al de la relojería Salamanca, que estaba en la plaza del ayuntamiento de Santander, y al de Presmanes, otra emblemática joyería y relojería sita en la avenida de Calvo Sotelo. Ambas cerraron hace unos años.

Otra relojería bien conocida en la ciudad, Galán, mantiene hoy en día la actividad relojera en el mismo local de José María Pereda, bajo el nombre Bannatyne Joyeros. El cierre de una relojería siempre es una mala noticia para los aficionados al reloj mecánico. Carlos Herrero, ya se anunciaba en la prensa local santanderina en los años 60 del siglo pasado; contaba, por tanto, con una historia de más de medio siglo dedicada a la reparación de relojes en la capital montañesa.

Relojería Salamanca
Relojería Salamanca; (Fuente de la imagen: El toma vistas de Santander - https://eltomavistasdesantander.com)

Es materia para la reflexión, que teniendo la actividad de la relojería – a día de hoy – trabajo de sobra para quienes nos dedicamos a ella, asistamos al cierre de relojerías. Se reproduce a continuación un fragmento de un artículo del Diario Montañés (30/12/2024), firmado por María de las Cuevas.

Reseña del Diario Montañés, publicada el 30 de diciembre de 2024, escrita por María de las Cuevas:

[…] En su taller de la calle Ruamayor 4, Carlos Herrero (Santander, 1968), hijo del que fue el primer relojero de Santander (Carlos Herrero Melón), trabaja sin parar desmontando relojes, puliendo esferas y entregando piezas impolutas del siglo pasado que sus manos han logrado revivir. Es la quinta generación de la saga de relojeros Herrero, que inició su tatarabuelo, Blas Herrero, en 1862 en Alicante, un oficio que se ha ido transmitiendo hasta llegar a él, pero cuya permanencia pone en duda el propio relojero.

«Todo indica que este oficio morirá conmigo. Es la pena que tengo. Ningún chaval muestra hoy interés por aprender este oficio apasionante que supone enfrentarse al reto de devolver a la vida piezas antiguas de gran valor sentimental para sus propietarios, pues pertenecieron a sus antepasados», lamenta el relojero, que habla en general de su caso y del resto de talleres de Santander, donde calcula que quedarán menos de ocho y ninguno con relevo generacional.

«No sé que pasará con esta profesión ni quién se encargará de arreglar los relojes particulares, los institucionales y los de las iglesias», continúa Carlos, que se ocupa, además de su taller, de custodiar los relojes del Ayuntamiento de Santander, de la Catedral y de otros campanarios donde le llaman puntualmente cuando la maquinaria falla ante el paso de los años.

Todo indica a que es un oficio abocado a desaparecer, con la particularidad de que sigue teniendo demanda y uno podría ganarse la vida con ello porque, como asegura Herrero, «en este sector el trabajo no falta. Yo no doy abasto con todos los encargos que me llegan». […]

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