“La gente no quiere leer; la gente quiere haber leído“. Recientemente escuché esta frase en Internet, y me llamó la atención. Tal vez lo que afirma sea cierto. Hay mucha gente que intuye las cosas buenas que tiene la lectura, pero siempre encuentra alguna excusa para no leer. El viaje por la vida se hace más llevadero en compañía de buenos libros. El lector, convertido a veces en bibliófilo, va transformando con los años su hogar en biblioteca. Una biblioteca en la que encuentra remedio a sus males, y respuestas a cuanto le interesa. Las Ciencias, las Letras, la Historia, la Relojería… para cualquier cosa por la que tenga curiosidad encontrá respuestas en su biblioteca. Hasta las pasiones, altas o bajas, tendrán cabida en ella.
Manuel Bueno Bengoechea (1874 – 1936) escribió en unos de sus artículos:
[…] “Como todo placer inteligente el amor al libro es un regalo de la madurez. En la infancia no solamente no nos atrae, sino que el volumen que nos ofrecen nuestros padres o maestros nos causa un movimiento de repulsión, como si sus páginas ocultasen algo que nos es hostil. El primer encuentro del hombre con el libro es una emoción desagradable, porque en los primeros años el espíritu está impaciente por entrar en relaciones directas con la vida. Interesan las cosas, más que su sentido íntimo. El niño quiere ver y oír por si mismo el sinfónico espectáculo de un universo que le sorprende y fascina.” […] (Palabras al viento, Nuestro amigo el libro; Publicaciones de la Junta de Cultura de Vizcaya, 1952).
Arturo Pérez-Reverte, nos recuerda en una de sus novelas, que “tras la salida del cadáver de un bibliófilo, sale su biblioteca”. Todo llega a su fin. Las bibliotecas también lo tienen. Se hacen y se deshacen; y al final de la vida del bibliófilo le acompaña el de su biblioteca. Ambos bastante tristes. Entonces la biblioteca se derrumba, se deteriora… Si el bibliófilo no tuvo hijos, no habrá descendencia a quien legar. Si acaso los tuvo, muchas veces no mostrarán el menor interés por ella. En ese momento van llegando al derribo, por turnos, los que se harán cargo de ella: primero el librero rico, después el pobre, y finalmente el trapero. Esa es y será la cruda realidad, pero mientras llegue, seguiremos disfrutando de la lectura.