La Primera Guerra Mundial fue la catástrofe originaria del siglo XX. El asesinato en Sarajevo, el 28 de junio de 1914 del heredero a la corona del Imperio austrohúngaro y su esposa, fue el detonante de esa guerra.
El libro «Los vencidos» de Robert Gerwarth se centra en los que fueron derrotados en ella. Si la guerra terminó para Francia y Gran Bretaña el 11 de noviembre de 1918, no ocurrió lo mismo en Europa Central y del Este, y en gran parte de los antiguos imperios donde la violencia continuó. Comprender como terminó la Primera Guerra Mundial es importante para entender todo lo que vino después. Desaparecieron imperios centenarios, se trazaron nuevas fronteras y quedó de manifiesto la incapacidad para establecer un orden de posguerra estable. «Los vencidos» aporta una visión interesante sobre el final de la Gran Guerra.
Robert Gerwarth (Berlín, 1976) es catedrático de Historia Moderna en el University College de Dublín, y director de su Centro de estudios sobre la Guerra. Además de «Los vencidos», su último libro, ha escrito «The Bismarck Myth» y una biografía de Reinhard Heydrich.
Conocer el pasado suele ser de utilidad para entender el presente. El escritor austríaco Stefan Zweig (1881 – 1942) describió en uno de los capítulos de «El mundo de ayer», los primeros momentos de esa guerra: la incertidumbre y el miedo iniciales, o el entusiasmo con el que los jóvenes iban a ella.
LAS PRIMERAS HORAS DE LA GUERRA DE 1914
(De «El mundo de ayer», de Stefan Zweig)
[…] «¿Qué sabían en 1914, al cabo de casi medio siglo de paz, las grandes masas de la guerra?. No la conocían, apenas habían pensado alguna vez en ella. Era una leyenda, y la distancia, precisamente, le había dado un tinte heroico y romántico. La veían en la perspectiva de los textos escolares de lectura y en los cuadros de los museos; el tiro mortal siempre, generosamente, en medio del corazón; la campaña entera, sólo una resonante marcha triunfal. «Para Navidad estaremos de vuelta», gritaban los reclutas, sonriendo a sus madres, en agosto de 1914. En las aldeas y ciudades, ¿quién recordaba todavía la guerra «real»? A lo sumo, algunos ancianos que en 1886 habían luchado contra Prusia, el aliado de aquel momento, ¡y qué guerra fugaz, poco sangrienta, lejana era aquella; una campaña de tres semanas, que terminaba sin grandes sacrificios antes de que tomara el primer aliento! Una rápida excursión hacia lo romántico, una aventura furiosa y viril, así se imaginaba la guerra el hombre sencillo de 1914, y los jóvenes temían incluso, sinceramente, que pudiera escapar de su vida el episodio magníficamente excitante. Por eso se abrieron paso intempestivamente para reunirse bajo las banderas, por eso cantaban y gritaban con júbilo en los trenes que los conducían al matadero; salvaje y febril afluía la roja ola de sangre por las venas del Imperio entero». […]