En la plaza de Pombo de la capital santanderina se encuentra la librería Gil; la principal, porque hay otra algo más pequeña de esta misma empresa en la calle San Fernando. Son las 7 de la tarde, el viento frío sopla con ganas, y no apetece pasear. Hago tiempo entrando en la librería Gil – he quedado en otro lugar -, hasta que llegue la hora de mi cita. Las librerías son uno de los mejores lugares para olvidarse del mundo. Curiosear entre sus estantes es divertido, y siempre se encuentra algo interesante. Husmeo en primer lugar en la sección de libros de Historia. Allí están en orden, los de la Primera y Segunda Guerra Mundial entre los que busco alguna novedad. Las estanterías de la Edad Media y Moderna están cerca, y también miro en ellas si hay alguna obra de interés. En la sala – que está casi vacía – un pequeño grupo de mujeres están hablando en francés. Las observo discretamente; sentadas en corro, parecen haber quedado allí para practicar ese idioma. Me centro en los libros. Me interesan sobre todo los ensayos; un ensayo histórico sobre una época que interese, de un historiador que se haya dejado media vida investigando fuentes primarias en archivos, siempre merece la pena. Es una receta que no suele fallar. Veo también entre los libros de Historia algunas novelas; de esas que llama «históricas». Personalmente, no necesito que un libro de Historia esté «novelado» para que me resulte interesante. La novela me gusta, pero creo que este género necesita del paso del tiempo, para que se separe el grano de la paja. Entre novelas excelentes – que las hay – abundan también los bodrios, cuyos autores aprovechan aquella vieja frase de que «el papel lo aguanta todo». Cambio de sección, y voy a otra en la que los libros están clasificados por la nacionalidad de su autor. Me paro frente los de autores rusos. Hay varios de Vasili Grossman: El libro negro, Vida y destino, Stalingrado …; veo que este último es una nueva edición de Por una causa  justa, que se ha reeditado en 2023 con el título que al parecer quiso que tuviera su autor. Tiene buena pinta; tomo nota para comprarlo en otro momento. Busco algo de Joseph Roth, un escritor que nadie debería perderse. Stefan Zweig, el autor de El mundo de ayer, lo admiraba; la editorial Acantilado publicó Ser amigo mío es funesto, que recoge la correspondencia entre ambos; el título del libro recuerda lo que Joseph Roth le dijo a su amigo Stefan en cierta ocasión. Los libros de Joseph Roth están en la sección de autores alemanes – era austríaco -. Tienen poca cosa: La cripta de los capuchinos y dos o tres mas; no veo La marcha radetzky, una de sus mejores novelas.

Sigo curioseando y encuentro, en uno de esos pequeños estantes giratorios verticales, varios libros de un joven escritor español que suele estar entre los más vendidos. No es santo de mi devoción. No diré su nombre. Le he escuchado en algún programa de radio y en alguna entrevista y no reconozco en el a un escritor. Los escritores de verdad no hablan como los demás mortales. Cojo uno de sus libros, lo abro al azar y empiezo a leer. Confirmo lo que pensaba: no escribe bien. Las buenas lecturas nos hacen aborrecer las malas. Creo que ocurre los mismo con las personas. Suena mi teléfono; debo irme. Salgo de la librería y me dirijo al encuentro con mi cita.